Confieso


Pudiera ser hoy cualquier día en el que, de ida a la librería, disfrutara de la mañana y de la esperanza de una pronta taza de café, pero hoy mi conciencia se ha decidido a que cierre culpas enterradas ya tiempo atrás.

Entraría a la iglesia para confesar mis pecados y aún cuando la sola idea me parezca ridícula, debo hacer algo. Hace frío y con todo prefiero quedarme sentada en la banca del parque a entender el porqué estos recuerdos me sorprenden con lágrimas…

He de confesar entonces que extraño los actos calculados que siempre llegaban acompañados de conquistas amorosas, como aquella primera vez que mis manos tocaron el cuerpo desnudo del hombre de otra mujer.

Recuerdo la euforia de dejarla vacía de amor, a ella que muy segura de sí se pavoneaba de tener el novio perfecto, luciéndolo como complemento de su vestido floreado. Quitarle al novio me tomó dos semanas de miradas directas, sonrisas provocadoras y roces estimulantes. Le pedí que la dejara porque era poquita cosa y él muy obediente le fue a decir que la dejaba porque había encontrado a una verdadera mujer.

Tan pronto vi la luz de ella apagarse mandé al noviecito al carajo porque de hombre no tenía más que lo que le colgaba entre las piernas y yo necesitaba más que eso.

Confieso que no me arrepiento por ella, me arrepiento del amor fácil que no me dejó ver cuando de frente me tocaba la felicidad.

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